Saturday, 17 November 2007

A perfect day...

Otro relato antiguo, muy antiguo, que algo reciente me ha traído a la memoria.

(I)
Era un día perfecto para quedarse en casa. El frío viento que hacía en la calle ciertamente no invitaba a salir, y siempre estaba el tema ése del cuento de Navidad. Este año se había propuesto escribir alguno, pero el tiempo pasaba y las ideas seguían sin llegar.

En realidad le hubiera sido mucho más fácil escribir una historia triste (otra más pensó con resignación). A fuerza de hacerlo había llegado a resultarle fácil disfrazar sus sentimientos en forma de pequeñas historias. Por supuesto que él nunca lo habría reconocido ante nadie, pero así era. Y sin embargo a la gente le gustaban. Por alguna extraña razón sus libros seguían vendiéndose y le proporcionaban una existencia monótona y gris.

En más de una ocasión se había rebelado contra sí mismo y una y otra vez había perdido. Le era tan fácil entristecer a la gente como imposible el arrancarles una sonrisa. Lo había intentado con todas sus fuerzas pero era incapaz. Habría dado gran parte de lo que tenía sin dudar un instante por la capacidad de escribir una historia conmovedora. Una con la que la gente disfrutara y se sintiera agradecida con él. Pero no, la realidad se imponía cruelmente.

Así pues se dirigió a su estudio dispuesto a vengarse de su pasado. Con más miedo que otra cosa se sentó y tomó un par de folios de una carpeta. Al instante los más diversos y sombríos pensamientos le vinieron a la mente. A fuerza de escribir cosas tristes se había convertido casi en un acto reflejo. Le costó un cierto tiempo darse cuenta de ello y aún otro poco más alejarlos de su cabeza.

Luego empezó a pensar en una idea a la que aferrarse para iniciar el cuento. Debía ser algo sencillo con lo que la gente se identificara y donde pudiera darse alguna situación de ternura. No parecía tan difícil a primera vista. De hecho siempre se había preguntado el por qué de su manifiesta incapacidad para escribir algo que no ensombreciera el rostro.


Dos horas después una figura doblada por el pesar se levantó lentamente y se dirigió al dormitorio. Ni siquiera se molestó en secarse las lágrimas que mojaban sus mejillas. Ni siquiera intentó esquivar a la muerte cuando ésta vino en su busca. Simplemente ya nada tenía sentido para él, y quizás fuera mejor así después de todo.


A la mañana siguiente su hija encontró a su padre todavía aferrado a su pluma. Su cara denotaba un terrible cansancio, fruto de una cruenta lucha interior. Por alguna razón no se sorprendió, conocía demasiado bien a su padre. Tomó la pluma con cuidado de entre sus dedos, casi con mimo, exactamente como a él le hubiera gustado que lo hiciera. Se dirigió sin prisas al estudio y se sentó delante de unos folios perfectamente blancos que estaban ya preparados, esperándola anhelantes. Inspiró profundamente intentando aclarar sus ideas, y sin dejarse llevar por sus sentimientos comenzó a escribir:

“Era un día perfecto para quedarse en casa...”

(II)
Decididamente hoy no le apetecía salir. El viento golpeaba con furia en las ventanas, pidiendo entre aullidos que le dejaran pasar. Además se adivinaba el frío en el exterior. Pensaba haber visitado a su padre pero a última hora lo pensó mejor y se quedó en casa. Todos los años en estas fechas una vaga tristeza se instalaba en su cara y se proyectaba sobre los demás de forma irremediable. Ya lo habían hablado antes. Con una amarga sonrisa pensó que era un día perfecto para quedarse en casa ...


El frío del día anterior había remitido, así como el viento, tan molesto y desalentador. Se detuvo un momento ante la casa de su padre, justo antes de introducir la llave en la cerradura, como si estuviera buscando en su interior qué decir, qué contar. En realidad no había nada que no se hubiera dicho ya con anterioridad. Hay sueños y deseos que matan y demasiado bien sabía ella cual era el sueño dorado de su padre. Aquél por el que él hubiera dado gustoso todo lo que habían conseguido sus libros.

Lo supo enseguida, mucho antes de llegar a la habitación de su padre. De pronto se encontró con todo lo que le hubiera gustado contarle, incluso conociendo que él ya lo sabía. Que siempre le gustaron sus historias, que nunca echó en falta las sonrisas que tan desesperadamente él buscaba para ella.

Cuando por fin entró en la habitación el desagradable olor del desánimo le invadió. Lentamente se acercó y, dudando, extrajo la pluma de entre los rígidos dedos de su padre. No hacían falta palabras. No hacían falta gestos inútiles. Esa pluma representaba todo un mundo para su anterior dueño, y poco menos para ella misma. La enfundó exactamente como él lo hacía. Con cuidado y con mimo, como si de un ser vivo se tratara.

Ya no había prisa. En algún sitio un reloj daba las campanadas. Una, dos, tres ...

Sus pasos le llevaron al estudio donde aún descansaban en la mesa los blancos folios en perfecto orden. Esperaban a alguien y lo habían hecho por algún tiempo ya. No le costó ningún esfuerzo imaginarse a su padre luchando consigo mismo por escribir esa historia que siempre se le resistió y que, ahora, por fin había ganado la batalla.

Inspiró profundamente intentando que los sentimientos no ahogaran su razón. Minutos más tarde la pluma volvía a la vida.

“Era un día perfecto para quedarse en casa ...”

1 comment:

Kety said...

a quien hayas dedicado el relato debe sentirse agradecido.
besos