Hace mucho desde la última vez que escribí una carta. Pero durante muchos años estuve intercambiándolas con mis amigas hasta que, con la llegada del correo electrónico, escribir cartas se fue convirtiendo en algo más raro y cada vez más espaciado en el tiempo. Y sobra decir que los mensajes electrónicos nunca llegaron a reemplazar completamente la alegría de abrir el buzón y encontrar una carta con tu nombre escrito a mano, evidencia más que palpable de que alguien había estado pensando en ti unos días atrás.
Hace poco hemos tenido que vaciar unas estanterías en casa, y he encontrado unas cuantas cajas llenas de cartas antiguas. Un maravilloso conjunto de sobres de todas las formas, tamaños y colores, llegados desde y a muy diversas partes del mundo por mis hermanos, mis padres, algunas primas y muchas buenas amigas. Las cartas más antiguas se remontan a 1990, que es cuando fui a Inglaterra por primera vez, y van hasta hace un par de años. Imagínate el placer de releer cartas que me mandaron los que yo más quería hace veinte o veinticinco años. Volver a recordar cosas ya olvidadas, saboreando el tacto del papel, impresionado por la variedad de sellos y, a veces también, intentando descifrar la letra del que me escribía. O intentando adivinar los dobles sentidos de algunas frases y bromas sin sentido evidente hoy en día.
Las cartas de algunos remitentes especiales estaban primorosamente empaquetadas, un paquetito para cada año. Otras, sobre todo tarjetas de cumpleaños y de navidad, estaban amontonadas esperando a ser ordenadas. Esperando durante años, justo hasta la semana pasada.
Es impensable (e imposible) encontrar un tesoro semejante y dejarlo a un lado sin abrir algún que otro sobre. Y una vez que empiezas a leer, no hay forma de parar. ¡Es una adicción! Al leer algunas de las cartas de alguien a quien conocí hace 19 años en Moscú me di cuenta de que su cumpleaños era dentro de unos pocos días. Lo más fácil hoy habría sido mandar un mensaje electrónico, quizás con alguna foto actual. Pero por suerte me paré a pensar un momento. ¿No sería mucho mejor compartir el placer que acababa de disfrutar? Dicho y hecho, me senté en la cocina y empecé a escribir igual que antaño. Un rato después había completado dos folios por las dos caras, lo cual da para bastante teniendo en cuenta el tamaño minúsculo de mi letra. Estoy seguro de que habrá disfrutado con la sorpresa unos días más tarde.
Pensando, pensando, ¿por qué no hacer lo mismo con otra gente y mandarles este año una carta en vez de una felicitación electrónica? O mejor incluso, ¿convencer a otros para que se unan en esta loca petición para volver a escribir cartas? Las cartas no tienen que estar dirigidas a mí, claro, sino a quien cada uno desee, y cuantos más se unan, mejor. En estos tiempos de redes sociales y videos virales, por qué no hacer viral un reto para escribir una carta y alegrarle a alguien el día. Por lo que a mí respecta, merece la pena intentarlo.
La siguiente idea es más increíble si cabe, ¿por qué no introducir una carta antigua de las de hace veinte años en el sobre en el que mando mi carta? A mí encantaría recibir tales cartas (si alguien que lee esto tiene alguna carta mía de entonces, ¡adelante!) Nunca tuve un diario, así que posiblemente esto sea lo más parecido que pueda tener para recordar los detalles de lo que andaba por mi mente entonces (¡suponiendo que hubiera algo en mi mente entonces!).
En fin, el reto está lanzado, el hashtag está ahí, así que sólo queda compartirlo y, por encima de todo, #EscribeunacartaenNavidad
#WritealetterthisXmas
1 comment:
Me parece una idea estupenda. Voy a intentarlo.
Besos
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