Monday, 30 April 2007

Despedida (él)

Caminábamos uno al lado del otro, cogidos de la mano, el paso acompasado. Ella vestía completamente de negro, las botas, el pantalón, el jersey y el abrigo, curiosamente lo mismo que yo. Aunque quizás no fuera casualidad y se tratara más bien de una traición del subconsciente. Íbamos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos y la única forma de comunicación era un tenue apretón en la mano de vez en cuando. En mi caso justo cuando mi mente trataba de encontrar argumentos y al no encontrarlos sustituía la frustración por el deseo de mantenerla junto a mí. Otro detalle supongo que no menos importante era la maleta, su maleta.

Ahora, a pocos pasos de la estación, todo carecía ya de importancia. Los últimos días habían transcurrido para mí en un suspiro, todavía incapaz de entender lo que estaba ocurriendo, cegado a ratos tras las agrias discusiones, pensando alternativas imposibles, sintiendo que me partía en dos y observando como ella se preparaba. ¿Cuántas veces lo habré repasado todo mentalmente una y otra vez, intentando encontrar un fallo inexistente? Sólo de pensarlo me duele aún el alma, ese dolor tan intenso y especial que te destroza y ahoga por dentro ante lo inevitable. No es el dolor por el ser perdido, es… Bueno, tampoco lo sé explicar, y aunque lo supiera, ¿qué iba a arreglar con ello? Nada. Y tampoco había nadie a quien echarle la culpa. Eso es lo malo de la vida, que ni es justa ni pretende serlo, y no lo digo porque esté desencantado, no, simplemente es una lección que he aprendido, sólo eso.

Nos paramos unos metros antes de la puerta, una puerta que yo sabía que no atravesaría. Ella se giró y algo en mi cara y en mis azules ojos debió enseñarle ese dolor que antes decía no saber explicar, porque me acarició con su mano izquierda a la vez que trataba de darme ánimos con la mirada. El roce de su mano me dolió más aún porque ella también estaba sufriendo y sin embargo no lo dejaba traslucir, al menos no más allá de sus ojos enrojecidos. La maleta hizo un ruido sordo al caer sobre la fría acera mientras que yo le abrazaba con fuerza escondiendo mi cara en su pelo. Mi cuerpo temblaba como la noche en que empezó todo, en aquella plaza desierta de Madrid, hacía ya tanto tiempo. Al igual que entonces podía sentir las lágrimas recorriendo mis mejillas, aquellas ganas de abandonarme a los sollozos…

Me separé, todavía con ella en los brazos, y dije como pude “Adiós, ______, cuídate mucho, por favor”. Ella acercó sus labios a los míos una vez más, la última, y luego con un hilo de voz mientras que volvía a acariciarme la cara me dijo: “Sí, ________, cuídate tú también, adiós”

Y se acabó. Cogió su maleta y dio media vuelta mientras yo enjugaba una lágrima. Yo me quedé allí un momento viendo como desaparecía de mi vida tras la puerta. Seguramente había muchas más personas alrededor, no lo sé, no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que se volvió un instante, quizás para comprobar si yo seguía allí viéndola marchar, quizás para retener una última
imagen. Ésa que cierra una historia.



Este relato lo escribí el 17 de enero de 1999, un domingo que amaneció lloviendo en la Base Aérea de Armilla, donde estaba haciendo la instrucción para el servicio de formación de cuadros de mando (es decir, la mili). En realidad me había quedado en la Base para preparar el examen de Armamento, pero la inspiración viene cuando viene...

1 comment:

Miss Missing said...

Qué distinta forma de ver el mismo suceso, un marcha un salidad de uno de la vida del otro. En las mayorías de la veces solo conocemos una versión. Pero es agradable, aunque sea en la ficción, conocer las dos. Un beso.